23.02.2013.
Lo que parece el típico camping a la vera del
lago, es en realidad, un campo de refugiados. No hay ninguna guerra, no.
Son los muertos. Algo ha pasado con el mundo, algo que, por otra parte,
has soñado alguna vez, pero, jamás, concebiste la realidad y
peligrosidad del asunto.
Es febrero. Hace frío. Aún es frío
invernal. Unas decenas de superviviente se encuentran contigo. Pronto,
has sabido olvidar cómo era tu anterior vida, y de cuántos lujos, que no
considerabas lujos, puedes prescindir, realmente.
Ya no te quedan amigos, fueron demasiado débiles.
La
única persona que ahora te importa un poco, es otro chaval que está
también refugiado en el campamento. “Un tipo extraño”, pese a todo,
pensaste al verle. Porque, has aprendido, que no te puedes fiar de nadie
más que no sea tú mismo.
Después de lo que se ha establecido
como rutina de cada día, bien sea vigilar, o ir a por comida, o
improvisar armas, te quedas pensando en cómo demonios la maldición de
muerte en vida se ha llevado a cabo.
Es inexplicable.
Pero tratas de exteriorizarlo lo menos posible.
Tu
compañero, es un chaval no muy mayor. La noche del 23 de Febrero, te
sentaste junto a él, a oscuras, como acostumbrabais a hacer.
-Es
una buena época para la Santería, sin lugar a dudas. Tuve que dejar la
tienda porque fue de los primeros establecimientos que fueron destruidos
en la ciudad, pero llevaba un par de meses en auge.- Dice mientras
suspira.
-¿Tenías una tienda de tarot?- Preguntas asombrado.
-
Sí, pero tenía poca demanda. Tan sólo era capaz de conseguir negocio en
los amarres de amor, o rituales para quitar el mal de ojo. También leía
la mano. Bueno, eso aún sé hacerlo. Por supuesto, la pandemia zombie
tiene mucho que ver con el éxito del que disfrutaba…
-¿Pero, tú sabes curar la maldición?
-No.
Siempre evito quemarme los dedos. Soy un profesional, no un timador,
tal y como afirma la mayoría de la gente. Aunque lo he intentado.
Pero al final, me he dado cuenta de que mis rituales y limpiezas, de muy poco sirven con estos demonios…O muy rara vez. -
Deja
la frase en el aire, y se enciende un cigarro. Él, cuando llegó al
refugio, trajo muchas provisiones, trajo varias escopetas de cazador, y
tabaco. Mucho tabaco. Una pena que tú no fumes.
Es una noche
despejada. Es fría, está helando, y en el claro del bosque donde estáis
situados, se ven todas las estrellas. Se respira paz. Paz que terminará.
Estás a punto de quedarte dormido. Tienes la mente en blanco,
es estas semanas has aprendido a aprovechar cada minuto de sueño. A
punto…
Y entonces, se oye un grito. De una chica joven,
probablemente, una niña. Es un chillido extremadamente agudo, y viene de
la parte del bosque que en ese momento estaba vigilando el notario, un
tipo que apareció hace unos días con su familia.
La madre, aparece en el claro donde te encuentras, te sobresalta aún más, parece desesperada.
-¡MI HIJA!- Grita sin cesar. -¡MI HIJA!
Te acercas a ella. -¿Qué ha pasado?- Dices en tu voz más serena, en un intento de calmarla.
Aprecias entonces a lo lejos, dos figuras, una arrastra a la otra. Coges la linterna que llevas en el bolso, y los alumbras.
El
padre, marido, notario, lleva su hija maniatada, y con un pañuelo que
le tapa la boca. Pero su hija, ya no es su hija… Su rostro infantil, ha
dejado paso a un rostro totalmente desfigurado, con los ojos fuera de
sus órbitas, mirando a ningún lado, y, realmente fuera de sus cabales.
La dulce niña que ponía un toque de ingenuidad en el refugio, había sido
infectada.
Antes de que puedas reaccionar, tu amigo, ha ido
corriendo con un par de botellitas hacia ella. Le pide al padre que la
deje en el suelo.
-¡Lo que hay que hacer es pegarle un jodido tiro en la sien!- Grita uno de los hombres del refugio.
-¡No! ¡Sigue siendo mi hija!- Grita desolado el padre, sabiendo perfectamente cuál era el futuro de su pequeña.
-Maldita sea, dejó de ser tu hija cuando uno de esos bichos asquerosos se la merendó.- Dices casi escupiendo tus palabras.
Tu
amigo, ajeno a todo aquel griterío, ha iniciado un rito en torno a la
niña. Se ha puesto a una distancia prudente, y peina toda la zona
alrededor de ella limpiando su aura. O tú crees que está haciendo eso.
Usa sales, y agua de lavanda. Las has visto antes.
Cuando él se
queda quieto, la niña se calma. Sus ojos siguen vidriosos y su cara
sigue desfigurada, pero está inmóvil. Finalmente, su pecho se hincha de
aire, lo expulsa, y, cierra los ojos. Por lo menos, ha descansado en
paz. No en el tormento de la maldición.
El hombre de antes, el
que sugerían que le pegasen un tiro a la chica, está inquieto. Levanta a
las pocas personas que no se habían despertado, para ponerlas al
corriente de la situación; aunque todos conocían la conclusión: había
que abandonar el claro donde tan bien habían estado esas últimas
semanas.
Los autómatas están cerca.
Corres.
24.02.2013.
No
sabes cuánto tiempo te pasaste huyendo de los endemoniados la noche
anterior. Los hombres y mujeres que estaban contigo en el refugio,
perdidos. El chico santero, que anoche, no sabes cómo te siguió, y tú,
os encontráis en la orilla de un lago, descansando. No tenéis comida, ni
armas.
Así, de madrugada, sentado en la orilla, te cae una pequeña gota en la nariz.
Miras hacia arriba y afirmas algo que era obvio:
-Está lloviendo.
Conforme
terminas dicha frase, un relámpago ilumina la noche. No era una noche
muy oscura, pero el paisaje agreste que hay a tu alrededor se revela, se
vuelve a cerrar en la oscuridad, y lo único que apreciaste con
confusión fueron las luces de lo que parecía una casa, entre las
tinieblas.
-¿Tú crees que deberíamos acercarnos?- Le preguntas a tu compañero, refugiado bajo un árbol.
-Coge unas buenas ramas… Por si acaso.- Sentencia.
La brisa os trae al haber caminado un rato, un olor muy desagradable.
Medio te tapas la nariz con la mano y buscas con la vista el origen de
dicho olor. Recuerdas que tienes una linterna en el bolsillo del
pantalón, y la sacas, intentando indagar de dónde procede esa
putrefacción. Te repugnas de lo que ves. Sentada con la espalda contra
un tronco, con las piernas estiradas y la cara vuelta hacia él, se halla
una muñeca del tamaño de un bebé, pero con rasgos de mujer adulta, con
abundante cabellera negra. Con curiosidad, y asco, das unos pasos hacia
ella, es un extraño hallazgo. Delante de la muñeca, hay un animal
muerto; la causa del olor. Juzgas, que se trata de una oveja pequeña, de
un cordero. Alrededor del descompuesto animal y de la muñeca,
dispuestas en círculo, hay algunas velas desgastadas, además de unas
piedras colocadas de manera pensada- Deduces enseguida, que alguien ha
hecho un tipo de ritual ahí.
Vuelves sobre tus pasos y el Santero, se queda a tu lado.
-¿Me prestas la linterna, por favor?- Dice.
-Sí, toma.- Se la das en mano.
Con
ojos inquietos mira hacia uno y otro lado de ese desagradable panorama.
Tú estás a punto de vomitar, creías que estabas curado de espanto pero
aquello…
Oís un crujir de ramas, y os sobresaltáis.
-No podemos huir para siempre…-
Corréis
sin decir nada hacia la casa que habías visto antes. Tal y como
esperas, las ventanas están cerradas, y te planteas si llamar a la
puerta es la mejor opción.
-¡EH, SI HAY ALGUIEN QUE NO SEA TODO
PUTREFACCIÓN, QUE NOS ABRA LA PUTA PUERTA! ¡NO ESTAMOS INFECTADOS, NO
TENEMOS ARMAS, NO TENEMOS NADA!- Grita el Santero estruendosamente.
-Puto loco. ¡No podrías haber hecho más ruido, no!-
No
golpeáis la puerta, ni fingís desesperación, porque, piensas, que con
ese griterío de tu compañero nadie abrirá, por lo que forzarla será
inútil si hay alguien en el interior. Te aferras al palo que cogiste
antes por si tienes que clavarle sus astillas en la cabeza de algún
Maldito, respiras hondo, y temes que, de nuevo, tengas que enzarzarte
con zombies en pleno bosque.
Para vuestra sorpresa, oís un crujir
de bisagras, y una luz, también de otra linterna, proveniente de dentro
de la casa. Es una mujer, asustada, sus ojos lo dicen todo.
-¡Pasad
rápido!- Dice y os abre la puerta. Con el paso ligero, entráis en su
interior. Cierra de un portazo, y una bicicleta que se encuentra cerca
de la puerta principal, cae.
Quizá, antes, te hubiese parecido
que esa casa necesitaba una buena ventilación, pero, ahora, te parece
que es el lugar más acogedor del mundo. No sabes por qué, pero te
sientes como en casa. Y te preocupa, porque has bajado la alerta.
Es
una chica. Está sola, quizá lleva en esa casa demasiado tiempo. Da una
luz en una habitación interior, sin ventanas, y te das cuenta de lo
demacrada que está, pero, aún así, te parece guapa. No increíble, pero
atractiva. Quizá es que hace mucho que no ves a una mujer. O quizá no.
-Llevo aquí casi dos meses. Ya no me queda comida, y el agua que bebo está realmente sucia. Necesito salir de aquí. –
-¿Por qué no lo has intentado antes?- Dices prácticamente escupiendo tus palabras.
-
Lo he intentado. Aquí vivía una familia, estuve unas semanas con ellos,
cuando llegué con otras dos chicas más. La familia se largó con otro
grupo de personas nómadas que vagaban intentando buscar un lugar donde
establecerse y volver a formar una sociedad. Panda de ilusos.-
-¿Y las demás chicas?- Pregunta el Santero. Ambos nos hemos percatado de a quién se refería con esa familia.
-Hace
unas dos semanas, intentamos huir. Cogimos una guitarra vieja y unos
hierros que encontramos en el sótano para emplearlos como armas. El
hombre
de la familia conservaba algunas escopetas, pero el cabrón se las llevó
todas con él. Bueno, pues eso, que intentamos huir, hacia cualquier
sitio. Una de las chicas desapareció al poco de salir. A unos pocos
metros de la casa, la otra, fue cogida por unos muertos asquerosos de
ellos. La encontré esta mañana empalada, por detrás de la casa. De la
primera no sé nada, y no sé si quiero saberlo.
Pones gesto de asco, sin saber qué decir.
-¿Y tú, como has sobrevivido?- Te decides al final. La chica no tiene pinta de ser muy fuerte.
-¿Yo? Pues cerrando los ojos y dando hostias a cualquier cosa que se moviese.- Responde, sincera.
Asientes
y te quedas callado, de nuevo. El silencio, por otra parte, no es
incómodo. Descansáis, todos. Te das cuenta de que oléis fatal, pero te
da igual.
-¿Puedo fumar?- Pregunta el Santero.
La chica
dice que sí con la cabeza, y éste saca un cigarrillo del bolso; parece
que los tiene interminables. Se lo fuma. Respiras profundamente y lo
único que inhalas, es humo. Lo detestas. Te levantas y le quitas el
cigarro. Lo pisas.
Oís un ruido.
-¿Veníais huyendo, verdad?- Afirma la chica.
-Sí.- Respondemos al unísono.
Nos
da entonces un mástil de guitarra, hierros, y una moto sierra oxidada.
Coges la motosierra, claro. Intentas arrancarla. No funciona.
Os
ponéis cada uno en una ventana de la casa. El Santero de repente silba, y
os dais cuenta, de que vais a tener que enfrentaros a los Muertos en
Vida de nuevo.
-¿Cuántos son?- Preguntas.
-No preguntes…- Eso significa que nos superan en número, con creces.
El insensato del Santero salta por la ventana con hierro en la mano.
El
primero de Ellos parece una sombra informe, y avanza hacia él, alzando
los brazos. Derribó rápido al Santero con su peso. Percibes desde lejos
su aliento fétido, y ves dos chispas rojas en sus ojos. El Santero era
un tipo delgaducho capaz de escabullirse fácilmente, pero en un cuerpo
contra cuerpo, no tenía todas las de ganar.
Estaba amaneciendo.
El
Santero se debate como puede. Sabes que todos sus potingues se quedaron
en el campamento. Está aterrorizado, de repente. Mientras, aquel
horror, busca su garganta con las garras. La criatura grita. Un alarido
prolongado, que retumba todo el bosque, y que te hiela la sangre. Estás
estático, te has quedado paralizado. Otra vez estás presenciando esa
terrible muerte.
Otro zombie irrumpe en la escena. Se trata, o
mejor dicho, algún día se trató de una mujer rubia. Ahora, con los ojos
fuera de las cuencas, y la piel desgarrada, era una verdadera
pesadilla. Mientras el primer ser luchaba contra el Santero, la rubia
logró hacer presa en su cuello, y le desgarra la garganta. Hay borboteo,
gemidos ahogados.
Ya no hay nada. Silencio, muerte, terror.
Agarras
a la chica, que no ha cambiado su expresión ni un solo segundo, y
corres tirando de ella hacia el bosque. Sueltas su mano al divisar todos
los bichejos inmundos que se encuentran.
Recuerdas entonces la
bicicleta que viste antes. Nunca has pensado tan rápido. La motosierra
no funciona, pero la bici puede que lo haga, y decides colocar el arma
en el manillar, con la correa de la motosierra unida a la correa de la
bici. Así mientras pedaleas, la motosierra funcionará.
Rápidamente,
ejecutas lo que tu cabeza ha pensado en unos pocos segundos, y te
parece brillante. Estás emocionado, tienes ganas de acabar con esos
inmundos malolientes de ultratumba.
Te montas en la bici, ya está muy próximos a ti, y le pides a la chica que se monte.
-¡Vamos, joder!-
Ella se monta, mientras aferra un hierro de las manos.
-Esto, es trabajo en equipo.-
Confías
en la fuerza de tus piernas, y pedaleas lo más rápido que puedes. Se te
acelera el corazón cuando ves que tu invento funciona. Eran tan sólo
una docena de zombies, y los que se te ponen de por medio, son rebanados
por ti, y apaleados por la chica.
Oyes el chirrido oxidado,
oyes golpes por todos lados, oyes gemidos desgarradores, y aprietas los
dientes, excitado. Estás consiguiendo huir.
Tras haber terminado
con la existencia de unos cinco bichos asquerosos, el bosque se abre
para ti. Sigues un camino de tierra, que hay desde la casa, mientras la
luz de la mañana se va colando por las rendijas que dejan los árboles
del bosque.
La chica se agarra a ti mientras pedaleas aquel trasto.
Cuando consideras que ha pasado el peligro, paras. La motosierra es demasiado estruendo.
Paráis
cerca de la salida del bosque. Te sientas. Notas tus piernas cargadas.
Te sientes cansado de espíritu, por primera vez en mucho tiempo. El
Santero, la única persona que podría saber cómo curarte, está muerto.
Observas a lo lejos, y ves edificios bajos, y casas. Probablemente, estés en la cercanía de un pueblo.
-No
debemos parar durante mucho tiempo. Deja aquí esa… bicileta, y vayamos
caminando.- Me dice la chica con la voz suave. No es tan suave en
realidad. Es una voz rota del dolor acumulado, pero es lo más dulce que
has oído en mucho tiempo.
Caminas, como si precisamente tú te
hubieses vuelto un verdadero autómata. Hace mucho que no sientes nada, y
de la nada ha surgido todo.
El pueblo, es un lugar que en su
día fue apacible, seguro. Donde la gente de ciudad se refugió como
alternativa a la epidemia de Los Muertos En Vida, donde Ellos
precisamente llegaron; seguro. Hay calma. Pero calma aparente,
terrorífica, con un silencio sólo roto por algún grillo que se calla a
tu paso, algún sonido de viento, por lo demás, la nada. Y la nada, es
silenciosamente asquerosa. Así lo sientes tú.
Te repugna tanta calma sintética.
Decidís
instalaros en alguna casa del pueblo, no en uno de los pocos y bajos
edificio que hay, construidos quizá por un avaricioso alcalde con aires
de querer dejar atrás la estima de pueblo.
No decís mucho. “Miremos otra, sólo por si acaso.”
Y
la encontráis. Es una casa realmente pequeña, con un punto acogedor que
te sobrecoge, y lo que es más importante; con un ordenador con
internet. Crees que es lo único que parece recordar que alguna vez la
humanidad estuvo viva es el internet, que por alguna razón sigue
funcionando y está saturada de gente tanto como alguna vez lo estuvieron
las calles.
Sellas puertas y ventanas con muebles. No necesitas
muebles, realmente. Tampoco tenéis provisiones, pero, rebuscando en
algún cajón, encuentras un arma.
Decidís estableceros allí un par de días, hasta que vuestros cuerpos lo soporten.
25 de Febrero.
26 de Febrero.
27 de Febrero.
28 de Febrero.
1 de Marzo.
2,3,4,5,6… Pierdes la cuenta de los días.
Aquella mañana, bajo la bóveda densa de la selva que es esa casa
apenas se filtran algunos rayos de sol. En esa maraña de vida vegetal
que descubristeis en el sótano unos días atrás, por lo general reina un
silencio inquietante, que a veces es cortado por algún crujir de
muelles, o alguna charla que te da ganas de vivir con Ella. Ya no es la
Chica, es Ella. Por aquel mundo crepuscular, apretujado, sofocante de
humedad y hambre, habéis sobrevivido a base de legumbres que seguramente
la familia de aquella casa había cultivado, y agua, pues contáis con un
elaborado pozo en el mismo lugar.
No eres optimista. Pero sí
perseverante. Has decidido salir a la calle algún día, nunca hay nadie.
Ni nada. El pueblo está en ruinas, la electricidad ha dejado de llegar,
por lo que pudiste disfrutar de internet y difundir tu mensaje durante
muy poco tiempo. Estás obsesionado con las piedras que hay en el sótano,
todas colocadas estratégicamente, que sólo eran para ti, de ojo
inexperto en materia geológica, premonitorios de piedras naturales.
Cuando
duermes, te envuelven oscuras pesadillas, sueñas con un pueblo sumido
en la terribilidad, que se alimenta de seres humanos, ves cruentas
batallas entre indígenas. Te despiertas turbado por las pesadillas, pero
jamás se las cuentas, no quieres preocuparla, ni quitarle la sonrisa
que te regala desde hace unos días.
Tienes ganas de que, si algo sucede rápido, acabe contigo, o de disfrutar de una vida sencilla junto a Ella.
-Voy a bajar al pozo. – Sentencias.
Hay
cuerdas, por lo que le pides que te sujete mientras tú bajas. Tras
tirar un par de aquellas piedras que había en el sótano, te has dado
cuenta de que la profundidad no era muy significativa. Lo más sensato,
era que hubiese bajado ella, ya que tú tienes más fuerza física, pero no
le vas a hacer eso.
Llegas hasta el fondo. Miras las
ondulaciones del agua. Tranquilo. La corazonada había fallado. De
repente, algo emergió con rapidez; era un cadáver decrépito, piel y
huesos renegridos, y con la misma rapidez que salió del agua, se
abalanza hacia ti y te muerde el antebrazo izquierdo.
Lanza un
alarido, y le miras a la cara, directamente, con la linterna que has
bajado. Tenía, lo que quedaba de sus rasgos, parecidos a los del
Santero. Te acojonas. Con la otra mano, intentas separarle de tu brazo, y
su cuerpo se desplomó sobre el agua. Ella tiraba de ti al haber oído todo eso,
pero tú le gritas que te deje seguir investigando un momento. Enfocas al
zombie a la cara; sólo te quería robar las piedras que habías bajado
para defenderte por si ocurría algo de eso. Era el cuerpo del Santero,
sin lugar a dudas. Esas malditas máquinas biológicas… ¿Cómo demonios ha
llegado hasta allí?
Ella te sube, tan rápido como sus brazos lo permiten.
-Esa
puta cosa, era el Santero, pero no era él, esa cosa me ha mordido.-
Repites una y otra vez. -¡El cuerpo putrefacto del Santero, joder!
-No
te ha desgarrado mucho, creo que ni siquiera te ha mordido,
probablemente te haya arañado o algo parecido. Sangras, pero creo que no
estás infectado.
-Me ha quitado las putas piedras. ¿Qué hacía ahí?
-Te podía haber matado, pero no lo ha hecho…
-¿Por dónde ha entrado?.-
-Nunca volveremos a bajar ahí.- Dice Ella.
Sellamos
la bajada al sótano. Nos quedamos en lo que un día fue un salón.
Apoyados el uno junto al otro en una esquina, esperamos algo. Me dolía
mucho el brazo. Después de pensarlo fríamente, no me había mordido, no
quería atacarme. Sólo quería quitarme esas piedras.
“Hace mucho tiempo que no vemos a ninguna persona… Ninguna normal. ¿Seremos los últimos?
Ella
se ha dormido. Yo hago guardia. Me relaja un poco verla dormir, tan
tranquila y vulnerable. Hace meses yo también podía dormir tan
plácidamente como Ella.
Yo creí que esa casa era un lugar seguro.
La barra que puse para atrancar la puerta está cediendo, ya veo las
putrefactas manos de esas cosas intentando alcanzarme, para desgarrar mi
carne con sus asquerosos dientes. Aprieto el arma fuerte entre mis
manos, sólo tengo una bala, tal vez le dé al primero, en cuanto tumben
la puerta, un disparo directo en la cabeza, pero... ¿Y los demás?
¡Demonios nada más una puta bala! La miro a Ella, dormida aún, no ha
oído nada... la puerta cede más, el olor de esos no-muertos impregna
toda la bodega. La observo de nuevo tan plácidamente dormida... jalo el
gatillo. Los zombies entran, ya no importa, sigue dormida, no sentirá
más dolor, malditos hijos de puta, venid a por mí.”
Lo último que distingues es la pútrida y consumida cara del Santero, sonriendo.
“Los
zombies, según tu entendimiento, y pese a que se difunden diversas
teorías en los medios de comunicación, son el resultado de religiones
donde se practica el vudú, y, a su vez, resultado de un hechicero que
mediante santería ha resucitado a los muertos para que sigan sus
comandos. “
Aunque eso signifique que se te vaya de las manos y tengas que ofrendar tu propia alma.
jueves, 28 de marzo de 2013
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