jueves, 28 de marzo de 2013

La mldición de los muertos en vida.

23.02.2013.
Lo que parece el típico camping a la vera del lago, es en realidad, un campo de refugiados. No hay ninguna guerra, no. Son los muertos. Algo ha pasado con el mundo, algo que, por otra parte, has soñado alguna vez, pero, jamás, concebiste la realidad y peligrosidad del asunto.
Es febrero. Hace frío. Aún es frío invernal. Unas decenas de superviviente se encuentran contigo. Pronto, has sabido olvidar cómo era tu anterior vida, y de cuántos lujos, que no considerabas lujos, puedes prescindir, realmente.
Ya no te quedan amigos, fueron demasiado débiles.
La única persona que ahora te importa un poco, es otro chaval que está también refugiado en el campamento. “Un tipo extraño”, pese a todo, pensaste al verle. Porque, has aprendido, que no te puedes fiar de nadie más que no sea tú mismo.
Después de lo que se ha establecido como rutina de cada día, bien sea vigilar, o ir a por comida, o improvisar armas, te quedas pensando en cómo demonios la maldición de muerte en vida se ha llevado a cabo.
Es inexplicable.
Pero tratas de exteriorizarlo lo menos posible.
Tu compañero, es un chaval no muy mayor. La noche del 23 de Febrero, te sentaste junto a él, a oscuras, como acostumbrabais a hacer.
-Es una buena época para la Santería, sin lugar a dudas. Tuve que dejar la tienda porque fue de los primeros establecimientos que fueron destruidos en la ciudad, pero llevaba un par de meses en auge.- Dice mientras suspira.
-¿Tenías una tienda de tarot?- Preguntas asombrado.
- Sí, pero tenía poca demanda. Tan sólo era capaz de conseguir negocio en los amarres de amor, o rituales para quitar el mal de ojo. También leía la mano. Bueno, eso aún sé hacerlo. Por supuesto, la pandemia zombie tiene mucho que ver con el éxito del que disfrutaba…
-¿Pero, tú sabes curar la maldición?
-No. Siempre evito quemarme los dedos. Soy un profesional, no un timador, tal y como afirma la mayoría de la gente. Aunque lo he intentado.

Pero al final, me he dado cuenta de que mis rituales y limpiezas, de muy poco sirven con estos demonios…O muy rara vez. -
Deja la frase en el aire, y se enciende un cigarro. Él, cuando llegó al refugio, trajo muchas provisiones, trajo varias escopetas de cazador, y tabaco. Mucho tabaco. Una pena que tú no fumes.
Es una noche despejada. Es fría, está helando, y en el claro del bosque donde estáis situados, se ven todas las estrellas. Se respira paz. Paz que terminará.
Estás a punto de quedarte dormido. Tienes la mente en blanco, es estas semanas has aprendido a aprovechar cada minuto de sueño. A punto…
Y entonces, se oye un grito. De una chica joven, probablemente, una niña. Es un chillido extremadamente agudo, y viene de la parte del bosque que en ese momento estaba vigilando el notario, un tipo que apareció hace unos días con su familia.
La madre, aparece en el claro donde te encuentras, te sobresalta aún más, parece desesperada.
-¡MI HIJA!- Grita sin cesar. -¡MI HIJA!
Te acercas a ella. -¿Qué ha pasado?- Dices en tu voz más serena, en un intento de calmarla.
Aprecias entonces a lo lejos, dos figuras, una arrastra a la otra. Coges la linterna que llevas en el bolso, y los alumbras.
El padre, marido, notario, lleva su hija maniatada, y con un pañuelo que le tapa la boca. Pero su hija, ya no es su hija… Su rostro infantil, ha dejado paso a un rostro totalmente desfigurado, con los ojos fuera de sus órbitas, mirando a ningún lado, y, realmente fuera de sus cabales. La dulce niña que ponía un toque de ingenuidad en el refugio, había sido infectada.
Antes de que puedas reaccionar, tu amigo, ha ido corriendo con un par de botellitas hacia ella. Le pide al padre que la deje en el suelo.
-¡Lo que hay que hacer es pegarle un jodido tiro en la sien!- Grita uno de los hombres del refugio.
-¡No! ¡Sigue siendo mi hija!- Grita desolado el padre, sabiendo perfectamente cuál era el futuro de su pequeña.
-Maldita sea, dejó de ser tu hija cuando uno de esos bichos asquerosos se la merendó.- Dices casi escupiendo tus palabras.
Tu amigo, ajeno a todo aquel griterío, ha iniciado un rito en torno a la niña. Se ha puesto a una distancia prudente, y peina toda la zona alrededor de ella limpiando su aura. O tú crees que está haciendo eso. Usa sales, y agua de lavanda. Las has visto antes.
Cuando él se queda quieto, la niña se calma. Sus ojos siguen vidriosos y su cara sigue desfigurada, pero está inmóvil. Finalmente, su pecho se hincha de aire, lo expulsa, y, cierra los ojos. Por lo menos, ha descansado en paz. No en el tormento de la maldición.
El hombre de antes, el que sugerían que le pegasen un tiro a la chica, está inquieto. Levanta a las pocas personas que no se habían despertado, para ponerlas al corriente de la situación; aunque todos conocían la conclusión: había que abandonar el claro donde tan bien habían estado esas últimas semanas.
Los autómatas están cerca.
Corres.

24.02.2013.
No sabes cuánto tiempo te pasaste huyendo de los endemoniados la noche anterior. Los hombres y mujeres que estaban contigo en el refugio, perdidos. El chico santero, que anoche, no sabes cómo te siguió, y tú, os encontráis en la orilla de un lago, descansando. No tenéis comida, ni armas.
Así, de madrugada, sentado en la orilla, te cae una pequeña gota en la nariz.
Miras hacia arriba y afirmas algo que era obvio:
-Está lloviendo.
Conforme terminas dicha frase, un relámpago ilumina la noche. No era una noche muy oscura, pero el paisaje agreste que hay a tu alrededor se revela, se vuelve a cerrar en la oscuridad, y lo único que apreciaste con confusión fueron las luces de lo que parecía una casa, entre las tinieblas.
-¿Tú crees que deberíamos acercarnos?- Le preguntas a tu compañero, refugiado bajo un árbol.
-Coge unas buenas ramas… Por si acaso.- Sentencia.
La brisa os trae al haber caminado un rato, un olor muy desagradable. Medio te tapas la nariz con la mano y buscas con la vista el origen de dicho olor. Recuerdas que tienes una linterna en el bolsillo del pantalón, y la sacas, intentando indagar de dónde procede esa putrefacción. Te repugnas de lo que ves. Sentada con la espalda contra un tronco, con las piernas estiradas y la cara vuelta hacia él, se halla una muñeca del tamaño de un bebé, pero con rasgos de mujer adulta, con abundante cabellera negra. Con curiosidad, y asco, das unos pasos hacia ella, es un extraño hallazgo. Delante de la muñeca, hay un animal muerto; la causa del olor. Juzgas, que se trata de una oveja pequeña, de un cordero. Alrededor del descompuesto animal y de la muñeca, dispuestas en círculo, hay algunas velas desgastadas, además de unas piedras colocadas de manera pensada- Deduces enseguida, que alguien ha hecho un tipo de ritual ahí.
Vuelves sobre tus pasos y el Santero, se queda a tu lado.
-¿Me prestas la linterna, por favor?- Dice.
-Sí, toma.- Se la das en mano.
Con ojos inquietos mira hacia uno y otro lado de ese desagradable panorama. Tú estás a punto de vomitar, creías que estabas curado de espanto pero aquello…
Oís un crujir de ramas, y os sobresaltáis.
-No podemos huir para siempre…-
Corréis sin decir nada hacia la casa que habías visto antes. Tal y como esperas, las ventanas están cerradas, y te planteas si llamar a la puerta es la mejor opción.
-¡EH, SI HAY ALGUIEN QUE NO SEA TODO PUTREFACCIÓN, QUE NOS ABRA LA PUTA PUERTA! ¡NO ESTAMOS INFECTADOS, NO TENEMOS ARMAS, NO TENEMOS NADA!- Grita el Santero estruendosamente.
-Puto loco. ¡No podrías haber hecho más ruido, no!-
No golpeáis la puerta, ni fingís desesperación, porque, piensas, que con ese griterío de tu compañero nadie abrirá, por lo que forzarla será inútil si hay alguien en el interior. Te aferras al palo que cogiste antes por si tienes que clavarle sus astillas en la cabeza de algún Maldito, respiras hondo, y temes que, de nuevo, tengas que enzarzarte con zombies en pleno bosque.
Para vuestra sorpresa, oís un crujir de bisagras, y una luz, también de otra linterna, proveniente de dentro de la casa. Es una mujer, asustada, sus ojos lo dicen todo.
-¡Pasad rápido!- Dice y os abre la puerta. Con el paso ligero, entráis en su interior. Cierra de un portazo, y una bicicleta que se encuentra cerca de la puerta principal, cae.
Quizá, antes, te hubiese parecido que esa casa necesitaba una buena ventilación, pero, ahora, te parece que es el lugar más acogedor del mundo. No sabes por qué, pero te sientes como en casa. Y te preocupa, porque has bajado la alerta.
Es una chica. Está sola, quizá lleva en esa casa demasiado tiempo. Da una luz en una habitación interior, sin ventanas, y te das cuenta de lo demacrada que está, pero, aún así, te parece guapa. No increíble, pero atractiva. Quizá es que hace mucho que no ves a una mujer. O quizá no.
-Llevo aquí casi dos meses. Ya no me queda comida, y el agua que bebo está realmente sucia. Necesito salir de aquí. –
-¿Por qué no lo has intentado antes?- Dices prácticamente escupiendo tus palabras.
- Lo he intentado. Aquí vivía una familia, estuve unas semanas con ellos, cuando llegué con otras dos chicas más. La familia se largó con otro grupo de personas nómadas que vagaban intentando buscar un lugar donde establecerse y volver a formar una sociedad. Panda de ilusos.-
-¿Y las demás chicas?- Pregunta el Santero. Ambos nos hemos percatado de a quién se refería con esa familia.
-Hace unas dos semanas, intentamos huir. Cogimos una guitarra vieja y unos hierros que encontramos en el sótano para emplearlos como armas. El
hombre de la familia conservaba algunas escopetas, pero el cabrón se las llevó todas con él. Bueno, pues eso, que intentamos huir, hacia cualquier sitio. Una de las chicas desapareció al poco de salir. A unos pocos metros de la casa, la otra, fue cogida por unos muertos asquerosos de ellos. La encontré esta mañana empalada, por detrás de la casa. De la primera no sé nada, y no sé si quiero saberlo.
Pones gesto de asco, sin saber qué decir.
-¿Y tú, como has sobrevivido?- Te decides al final. La chica no tiene pinta de ser muy fuerte.
-¿Yo? Pues cerrando los ojos y dando hostias a cualquier cosa que se moviese.- Responde, sincera.
Asientes y te quedas callado, de nuevo. El silencio, por otra parte, no es incómodo. Descansáis, todos. Te das cuenta de que oléis fatal, pero te da igual.
-¿Puedo fumar?- Pregunta el Santero.
La chica dice que sí con la cabeza, y éste saca un cigarrillo del bolso; parece que los tiene interminables. Se lo fuma. Respiras profundamente y lo único que inhalas, es humo. Lo detestas. Te levantas y le quitas el cigarro. Lo pisas.
Oís un ruido.
-¿Veníais huyendo, verdad?- Afirma la chica.
-Sí.- Respondemos al unísono.
Nos da entonces un mástil de guitarra, hierros, y una moto sierra oxidada. Coges la motosierra, claro. Intentas arrancarla. No funciona.
Os ponéis cada uno en una ventana de la casa. El Santero de repente silba, y os dais cuenta, de que vais a tener que enfrentaros a los Muertos en Vida de nuevo.
-¿Cuántos son?- Preguntas.
-No preguntes…- Eso significa que nos superan en número, con creces.
El insensato del Santero salta por la ventana con hierro en la mano.
El primero de Ellos parece una sombra informe, y avanza hacia él, alzando los brazos. Derribó rápido al Santero con su peso. Percibes desde lejos su aliento fétido, y ves dos chispas rojas en sus ojos. El Santero era un tipo delgaducho capaz de escabullirse fácilmente, pero en un cuerpo contra cuerpo, no tenía todas las de ganar.
Estaba amaneciendo.
El Santero se debate como puede. Sabes que todos sus potingues se quedaron en el campamento. Está aterrorizado, de repente. Mientras, aquel horror, busca su garganta con las garras. La criatura grita. Un alarido prolongado, que retumba todo el bosque, y que te hiela la sangre. Estás estático, te has quedado paralizado. Otra vez estás presenciando esa terrible muerte.
Otro zombie irrumpe en la escena. Se trata, o mejor dicho, algún día se trató de una mujer rubia. Ahora, con los ojos fuera de las cuencas, y la piel desgarrada, era una verdadera pesadilla. Mientras el primer ser luchaba contra el Santero, la rubia logró hacer presa en su cuello, y le desgarra la garganta. Hay borboteo, gemidos ahogados.
Ya no hay nada. Silencio, muerte, terror.
Agarras a la chica, que no ha cambiado su expresión ni un solo segundo, y corres tirando de ella hacia el bosque. Sueltas su mano al divisar todos los bichejos inmundos que se encuentran.
Recuerdas entonces la bicicleta que viste antes. Nunca has pensado tan rápido. La motosierra no funciona, pero la bici puede que lo haga, y decides colocar el arma en el manillar, con la correa de la motosierra unida a la correa de la bici. Así mientras pedaleas, la motosierra funcionará.
Rápidamente, ejecutas lo que tu cabeza ha pensado en unos pocos segundos, y te parece brillante. Estás emocionado, tienes ganas de acabar con esos inmundos malolientes de ultratumba.
Te montas en la bici, ya está muy próximos a ti, y le pides a la chica que se monte.
-¡Vamos, joder!-
Ella se monta, mientras aferra un hierro de las manos.
-Esto, es trabajo en equipo.-
Confías en la fuerza de tus piernas, y pedaleas lo más rápido que puedes. Se te acelera el corazón cuando ves que tu invento funciona. Eran tan sólo una docena de zombies, y los que se te ponen de por medio, son rebanados por ti, y apaleados por la chica.
Oyes el chirrido oxidado, oyes golpes por todos lados, oyes gemidos desgarradores, y aprietas los dientes, excitado. Estás consiguiendo huir.
Tras haber terminado con la existencia de unos cinco bichos asquerosos, el bosque se abre para ti. Sigues un camino de tierra, que hay desde la casa, mientras la luz de la mañana se va colando por las rendijas que dejan los árboles del bosque.
La chica se agarra a ti mientras pedaleas aquel trasto.
Cuando consideras que ha pasado el peligro, paras. La motosierra es demasiado estruendo.
Paráis cerca de la salida del bosque. Te sientas. Notas tus piernas cargadas. Te sientes cansado de espíritu, por primera vez en mucho tiempo. El Santero, la única persona que podría saber cómo curarte, está muerto.
Observas a lo lejos, y ves edificios bajos, y casas. Probablemente, estés en la cercanía de un pueblo.
-No debemos parar durante mucho tiempo. Deja aquí esa… bicileta, y vayamos caminando.- Me dice la chica con la voz suave. No es tan suave en realidad. Es una voz rota del dolor acumulado, pero es lo más dulce que has oído en mucho tiempo.
Caminas, como si precisamente tú te hubieses vuelto un verdadero autómata. Hace mucho que no sientes nada, y de la nada ha surgido todo.
El pueblo, es un lugar que en su día fue apacible, seguro. Donde la gente de ciudad se refugió como alternativa a la epidemia de Los Muertos En Vida, donde Ellos precisamente llegaron; seguro. Hay calma. Pero calma aparente, terrorífica, con un silencio sólo roto por algún grillo que se calla a tu paso, algún sonido de viento, por lo demás, la nada. Y la nada, es silenciosamente asquerosa. Así lo sientes tú.
Te repugna tanta calma sintética.
Decidís instalaros en alguna casa del pueblo, no en uno de los pocos y bajos edificio que hay, construidos quizá por un avaricioso alcalde con aires de querer dejar atrás la estima de pueblo.
No decís mucho. “Miremos otra, sólo por si acaso.”
Y la encontráis. Es una casa realmente pequeña, con un punto acogedor que te sobrecoge, y lo que es más importante; con un ordenador con internet. Crees que es lo único que parece recordar que alguna vez la humanidad estuvo viva es el internet, que por alguna razón sigue funcionando y está saturada de gente tanto como alguna vez lo estuvieron las calles.
Sellas puertas y ventanas con muebles. No necesitas muebles, realmente. Tampoco tenéis provisiones, pero, rebuscando en algún cajón, encuentras un arma.
Decidís estableceros allí un par de días, hasta que vuestros cuerpos lo soporten.
25 de Febrero.
26 de Febrero.
27 de Febrero.
28 de Febrero.
1 de Marzo.
2,3,4,5,6… Pierdes la cuenta de los días.

Aquella mañana, bajo la bóveda densa de la selva que es esa casa apenas se filtran algunos rayos de sol. En esa maraña de vida vegetal que descubristeis en el sótano unos días atrás, por lo general reina un silencio inquietante, que a veces es cortado por algún crujir de muelles, o alguna charla que te da ganas de vivir con Ella. Ya no es la Chica, es Ella. Por aquel mundo crepuscular, apretujado, sofocante de humedad y hambre, habéis sobrevivido a base de legumbres que seguramente la familia de aquella casa había cultivado, y agua, pues contáis con un elaborado pozo en el mismo lugar.
No eres optimista. Pero sí perseverante. Has decidido salir a la calle algún día, nunca hay nadie. Ni nada. El pueblo está en ruinas, la electricidad ha dejado de llegar, por lo que pudiste disfrutar de internet y difundir tu mensaje durante muy poco tiempo. Estás obsesionado con las piedras que hay en el sótano, todas colocadas estratégicamente, que sólo eran para ti, de ojo inexperto en materia geológica, premonitorios de piedras naturales.
Cuando duermes, te envuelven oscuras pesadillas, sueñas con un pueblo sumido en la terribilidad, que se alimenta de seres humanos, ves cruentas batallas entre indígenas. Te despiertas turbado por las pesadillas, pero jamás se las cuentas, no quieres preocuparla, ni quitarle la sonrisa que te regala desde hace unos días.
Tienes ganas de que, si algo sucede rápido, acabe contigo, o de disfrutar de una vida sencilla junto a Ella.
-Voy a bajar al pozo. – Sentencias.
Hay cuerdas, por lo que le pides que te sujete mientras tú bajas. Tras tirar un par de aquellas piedras que había en el sótano, te has dado cuenta de que la profundidad no era muy significativa. Lo más sensato, era que hubiese bajado ella, ya que tú tienes más fuerza física, pero no le vas a hacer eso.
Llegas hasta el fondo. Miras las ondulaciones del agua. Tranquilo. La corazonada había fallado. De repente, algo emergió con rapidez; era un cadáver decrépito, piel y huesos renegridos, y con la misma rapidez que salió del agua, se abalanza hacia ti y te muerde el antebrazo izquierdo.
Lanza un alarido, y le miras a la cara, directamente, con la linterna que has bajado. Tenía, lo que quedaba de sus rasgos, parecidos a los del Santero. Te acojonas. Con la otra mano, intentas separarle de tu brazo, y su cuerpo se desplomó sobre el agua. Ella tiraba de ti al haber oído todo eso, pero tú le gritas que te deje seguir investigando un momento. Enfocas al zombie a la cara; sólo te quería robar las piedras que habías bajado para defenderte por si ocurría algo de eso. Era el cuerpo del Santero, sin lugar a dudas. Esas malditas máquinas biológicas… ¿Cómo demonios ha llegado hasta allí?
Ella te sube, tan rápido como sus brazos lo permiten.
-Esa puta cosa, era el Santero, pero no era él, esa cosa me ha mordido.- Repites una y otra vez. -¡El cuerpo putrefacto del Santero, joder!
-No te ha desgarrado mucho, creo que ni siquiera te ha mordido, probablemente te haya arañado o algo parecido. Sangras, pero creo que no estás infectado.
-Me ha quitado las putas piedras. ¿Qué hacía ahí?
-Te podía haber matado, pero no lo ha hecho…
-¿Por dónde ha entrado?.-
-Nunca volveremos a bajar ahí.- Dice Ella.
Sellamos la bajada al sótano. Nos quedamos en lo que un día fue un salón. Apoyados el uno junto al otro en una esquina, esperamos algo. Me dolía mucho el brazo. Después de pensarlo fríamente, no me había mordido, no quería atacarme. Sólo quería quitarme esas piedras.


“Hace mucho tiempo que no vemos a ninguna persona… Ninguna normal. ¿Seremos los últimos?
Ella se ha dormido. Yo hago guardia. Me relaja un poco verla dormir, tan tranquila y vulnerable. Hace meses yo también podía dormir tan plácidamente como Ella.
Yo creí que esa casa era un lugar seguro. La barra que puse para atrancar la puerta está cediendo, ya veo las putrefactas manos de esas cosas intentando alcanzarme, para desgarrar mi carne con sus asquerosos dientes. Aprieto el arma fuerte entre mis manos, sólo tengo una bala, tal vez le dé al primero, en cuanto tumben la puerta, un disparo directo en la cabeza, pero... ¿Y los demás? ¡Demonios nada más una puta bala! La miro a Ella, dormida aún, no ha oído nada... la puerta cede más, el olor de esos no-muertos impregna toda la bodega. La observo de nuevo tan plácidamente dormida... jalo el gatillo. Los zombies entran, ya no importa, sigue dormida, no sentirá más dolor, malditos hijos de puta, venid a por mí.


Lo último que distingues es la pútrida y consumida cara del Santero, sonriendo.



Los zombies, según tu entendimiento, y pese a que se difunden diversas teorías en los medios de comunicación, son el resultado de religiones donde se practica el vudú, y, a su vez, resultado de un hechicero que mediante santería ha resucitado a los muertos para que sigan sus comandos. “ 





Aunque eso signifique que se te vaya de las manos y tengas que ofrendar tu propia alma.
 

Made by Lena