domingo, 9 de octubre de 2011

El pintor

Él llevaba bastante tiempo trabajando la escultura de yeso en su pequeño estudio; cubierto de plástico, de motas de pinturas de mil colores por todas partes, de paredes impecables paradójicamente, lleno de lienzos acumulados, de blocs sin terminar, y de lápices, ceras, carboncillos y todo tipo de materiales con los que poder expresarse, aunque fuera mínimamente. Se podían respirar incluso las tonalidades. Pero, esta vez, él desarrollaba su arte sobre otra superficie, era algo que no solía trabajar.  Olvidó la bata blanca de médico, también cubierta de manchas de óleo por todas partes, en casa de, probablemente, sus padres. Llevaba puesta una camiseta básica de las que siempre están en rebaja y hay de todos los colores, era azul cielo y resaltaba sus ojos color miel. Usaba jeans un poco más oscuros que la camiseta, y realmente desgastados. Estaban cubiertos de aceite, él siempre iba en bici y se le salía la cadena muy a menudo, y estaban rotos por mas de un sitio. Los llevaba remangados mas o menos a la altura de los tobillos, y sus pies estaban descalzos. El modelar aquella escultura era un ir y venir de inspiración y desesperación, un big-bang de ideas a veces, un desierto otras. Pero, estaba dispuesto a terminarla ese mismo día, era algo que se había propuesto la noche anterior, después de pasarse una semana en vela, sin poder pegar ojo por la cantidad de café que tomaba para verla definitivamente acabada. Siempre le había dicho que una obra de arte nunca se termina, sólo se deja. El quería dejarla, entonces. En realidad, sólo le faltaba la cara de aquel busto de mujer que tanto había tardado en completar, y con el que aún no se sentía satisfecho. No buscaba la perfección dentro de su obra, aunque le fascinaban las clásicos, él pretendía reflejar con sus manos una figura femenina un poco más "real". Algo que se amoldara en su imaginación a la idea de belleza, carisma. Durante horas sus dedos se deslizaron sobre el yeso, lo trataba delicadamente, como si realmente tuviera en sus palmas a una mujer. Se le endurecía en la piel aquel material, y el vello del brazo terminaba rígido, y  sabía que eso le iba a resultar doloroso quitarlo en la próxima ducha. Pero sólo lo pensó por un segundo, estaba tan concentrado en las facciones de su obra, que, ni siquiera, se dió cuenta de que fuera ya había anochecido. Y después de muchas horas que le dejarn realmente fatigado, dió la escultura por terminada. No la miró ni una vez más después de pestañear al darle el último retoque, sus ojos le gritaban que tenía sueño y necesitaba relajar su mente por algunas horas. Su tripa rugía como un león hambriento, llevaba todo el día sin comer, pendiente de aquella mujer. Sólo podía pensar en ella. Y él no lo sabía, pero no pensaba en ella como escultura, como simple yeso, era arte, pero era tanto arte, que acabó enloquecido por ella. Fue cuando la dejó secar, se puso sus viejos mocasines marrones, su chaqueta de punto marrón oscuro, y, sin ni siquiera cambiarse de camiseta, cogió su bicicleta verde musgo, y se dirigió a su minúsculo loft unas calles más allá. Lo hizo como un autómata, sin pensarlo, tenía la mente totalmente en blanco, y sus músculos respondían como eso, como si se tratara de una máquina. Comió fruta, pues era en realidad lo único comestible que había en su casa. Siempre tuvo la certeza de que la vida de un artista no iba a estar colmada de lujo, si bien, no lo estaría la mayor parte de su vida. Él era bastante miserable en ese sentido. Le gustaba pensar que un hada nacía cada vez que vendía un cuadro, en vez de asegurar, como se hace con los niños, que un hada muere cuando dices que "las hadas no existen". Para él si existían. Pero esa noche, no. Esa noche sólo estaba él en el mundo. Acabó la última porción de manzana, se quitó la camiseta azul cielo, cielo despejado, y se metió en lo que él llamaba cama, que en reaidad era tan sólo un colchón en mitad del salón, y muy próximo a la encimera de la cocina. Tuvo sueños, pero se le solían olvidar a la mañana siguiente. Y eso fue lo que pasó. No lo recordó, otras veces eso le inquietaba, pero como pasó por la noche, sólo existía él, y sus pensamientos. Como el mismo autómata que llegó a las tantas de la madrugada, salió hacia su estudio temprano, con ropa arrugada que había sacado de la secadora, pantalones verdes oscuros y camiseta marrón, con su bici, y sin nada más. Dejaba las llaves bajo el felpudo, de todas formas, si alguien entraba a robarle, no se haría con mucho. Tiró su medio de transporte entre pláticos que cubrían el suelo de manchas de óleo o acrílico, y, la vio. Estaba allí. No era muy alta, pero tenía la estatura ideal, los cabellos mas finos, los ojos más expresivos y los labios mas atrayentes que él había visto jamás. Se acercó despacio. La miró desde varias perspectivas, atónito. En ese mundo apartado que él mismo se había construido, ahroa también entraba ella. No era ya yeso con forma de mujer. Era una mujer, de yeso. Pero mujer. Él la sentía encerrada. Pero incluso, si se quedaba callado, podía oirla respirar. Y la miraba. Y notaba su corazón latir. Y el vello de sus brazos, en el que aú quedaban restos del día anterior, estaba erizado, y notaba escalofríos cada vez que la miraba. Se quedó horas obsevándola. No necesitaba nada más para estar vivo. Eso, le hacía estar vivo, le proporcionaba fuerza por dento, y sabía que si se lo contaba a alguien le iba a tomar por loco. Pero, ¿que sería del mundo sin locos? Fue cuando hizo algo, que sabía que si alguien le veía iba a resultar embarazoso. Se acercó hasta tenerla a menos de un centímetro de distancia. Tocó sus labios con su dedo índice, y, la besó. El beso fue frío. Y no había respuesta por parte de ella, que se mantenía quieta, con sus expresivos pero inmóviles ojos mirando hacia el centro, que, en ese momento resultaba ser él. Era frustrante. Él la quería. Y sabía que, aunque inmóvil, ella también a él. Decidió, permanecer a su lado. Mirarla engrandecía su espíritu y hacía que su cerebro desprendiera esa sensación de felicidad que le hacía quedarse allí. Y el enamoramiento fue tal, que la obra de arte terminó por doblegarle a él. Y él se dejó. Olvidó los lienzos, olvidó su bicicleta, olvidó su colchón en medio de ese loft, olvidó dónde había dejado sus llaves, olvidó su camiseta azul cielo, y olvidó todo. Y el yeso fue endureciéndose en su cerebro, cubriendo cada una de las neuronas. Él mismo se cubrió de yeso. La transformación fue como la de la ninfa Dafne, comenzando por abajo, pero donde fueron raíces, ahora había sólo ese tan nombrado material en este relato. Poco a poco fue cubriéndose, aprovechando la maleabilidad del yeso al principio. Quedó a su lado, agarrando la mano de ella, y mirándola. Sabía que de esa manera, estaría con ella para siempre. Quería, deseaba incluso, que se secara lo mas prónto posible. Quería dejar de respirar. Y que el mundo que había construido en su cabeza se tornara realidad. Después de permanecer algunas horas aguantando la postura, el yeso comenzó a endurecer. Quedó estático, con una sonrisa dibujada en sus labios. Era la sonrisa más bella y mas fría que había dibujado en toda su vida. Y así permaneció. Al lado de una mujer que, ni siquiera, habia podido ver, o distinguir un atisbo de luz del sol. Al lado de una mujer de la que se había obsesionado. Al lado de su obra de arte más lograda. Con el pensamiento en su cabeza, de que el arte, era lo mejor que le había pasado. Lo mejor que le había pasado, tanto en la vida, como en la misma muerte.

 

Made by Lena