Sonreírle a los músicos callejeros es una de mis cosas favoritas. En el tenor de estos días soleados, principalmente. Es bonito diseminar el bienestar que otorga una sonrisa, y más cuando se trata de un creador de algo tan bello como es una melodía. Es un trueque; algo bello por algo bello, lo efímero por lo efímero, el oído por la vista. La coincidencia de la sonrisa podría detonar un estado emocional
positivo que se traduzca, a su vez, en un acto sustancial o
transformador en el músico. Ese músico que es simultáneamente inseguro y muy confiado. Ese músico dramático... Ese músico callejero, que comparte su talento a cambio de un par de monedas.
Sonreírle a los músicos callejeros es fantástico.
domingo, 21 de julio de 2013
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