sábado, 27 de abril de 2013

Flechas, antiflechas, Eros y Antieros.

Una vez, Cupido, me disparó una flecha, y casi muero desangrada.  Ya lo decía Paulo Coelho, en la vida tenemos dos grandes amores. Con uno, con el que jamás podrás compartir tu vida pero tampoco podrás vivir sin necesitar un beso suyo, con ese, Eros te desangrará. Un joven alado, ligero, bello, con los ojos vendados, un joven, como cualquier otro joven, inexperto, disparará sus flechas de plata hacia ti, pero, la primera que dispare, le describirá bien, será una flecha inexperta, probablemente ni siquiera sería de plata y fuese una flecha reutilizada, en su camino hacia la puntería maestra. Para acertar correctamente y dar en el centro de la diana, tiene que malgastar dardos, usarlos de nuevo una vez recogidos del suelo, y clavarlos en cualquier parte del cuerpo del que será víctima de una flecha traicionera mal lanzada. Esa flecha te desangrará. Pero será placentero, dolerá tan sólo el momento en el cual la flecha atraviese tu piel, la sangre fluyendo no te hará daño. Simplemente dejarás que fluya, que la ponzoña de la flecha se extienda por tu interior, que circule, que te mate lentamente. Pero lo soportarás. Durante un tiempo.
Eros, o Cupido, en el transcurso de tu reegada agonía, crecerá. No será el joven, bello, nño pequeño, bebé, que tenemos en nuestra cabeza infundido por la mitología romana. Será un dios griego, será el joven de cuerpo esculpido y malvado, que, por otra parte, será un arquero profesional, capaz de dar exactamente en tu corazón, de que la flecha plateada, esta vez de plata de ley, atraviese tu corazón y llegue hasta tu cerebro. Será la cura contra la ponzoña que él mismo te infundió anteriormente. Aunque no es del todo eficaz. Siempre quedarán resquicios en tu interior, y siempre te envenenarán un poquito el alma. Te quedarás con la calma, claro. Te quedarás con Eros, y no con Cupido. Sabrás, que es posible querer a dos personas, porque, mientras estabas leyendo esto, te han venido ambas a la mente.
Y siempre te joderá, mal, la parte de tu alma que quedó arraigada y adicta al veneno, consumiéndote lentamente, mientras la parte más pura y curada de tu espíritu siga luchando  con esa punta de flecha mal lanzada que un Cupido propio arrojó hacia ti sin saber muy bien cómo.

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