sábado, 25 de septiembre de 2010

No me gusta ese momento en el que sabes que te vas a poner a llorar. Tu cabeza se nubla, al igual que tus ojos, y tienes algo más que un nudo en la garganta. Bajas la cabeza, aprietas los labios, y la primera lágrima cae por tus mejillas. Y no puedes pararlo, por mucho que lo intentes. Y bueno, no se trata ya de lágrimas pequeñas, son lágrimas grandes y opacas que hacen que tus ojos enrojezcan y tu cuerpo tiemble. Y sigues sin poder parar de llorar, aunque te tumbes en tu cama. Comienzas a pensar lo que podrías haber hecho y no hiciste, pero tampoco puedes parar el dolor.
Para esto, para a esto, por favor.

No hay nada que puedas hacer, no hay nada que puedas decir; porque estas lágrimas no son  el dolor que se puede hablar, es ese tipo de dolor que necesita ser llorado. Además, también sabes , que estando así, hieres a la gente que te quiere, pero no puedes parar. Y hay momentos en los que tampoco te importan.

Créeme, se lo que se siente.

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